domingo, 29 de enero de 2012

Rεcuεяđos

Todavía recuerdo esa fría mañana. Todo era normal, las mismas personas,  el mismo lugar, la misma rutina...

Hasta que, sin esperarlo, recibí una llamada tuya. Debo admitir que me sorprendió... después de tanto tiempo sin saber de ti. Respondí y enseguida me preguntaste sí era posible vernos ese día, yo aún tenía algunos pendientes, así que sugeriste la idea de pasar por mí.

Después de un silencio pausado acepté, sólo con la condición de vernos en aquella plaza que frecuentábamos.

Al terminar de hablar, miles de pensamientos entretejidos rondaban por mi mente. Tus llamadas  insistentes preguntando qué tan cerca estaba, hacían más difícil que pudiese aclarar mis ideas. Seguía preguntándome la razón de tu llamada.

Al finalizar mí largo camino, por fin llegué a la plaza en la cual acordamos vernos y me fui acercando hacia donde me esperabas.

A lo lejos pude percibir tu silueta. Esa manera que tienes de pararte es inconfundible. Ahí estabas, vestido con una camisa a rayas, jeans y el cabello un  poco alborotado.

Tenías la mirada perdida, revisando a cada instante el reloj, y sin que te dieras cuenta, me fui acercando hacia ti.
 

Repentinamente clavaste tu mirada hacia mí, tratando de encontrar algo nuevo, alguna reacción diferente. Caminamos por la plaza e intercambiamos algunas palabras, tratando de ponernos al día.

De pronto, me hiciste una pregunta “¿Por qué no recordamos viejos tiempos?” Una propuesta un tanto seductora de tu parte, una pausa interceptó mi mente y me dejé llevar por el momento.

En esos instantes nuestros pasos nos llevarón hacia el viejo lugar al que en algunas ocasiones acudíamos. Sin esperarlo, tus manos me tomaron por sorpresa, llenándome de caricias, tratando de hacerme recordar aquellos tiempos.

Aunque en esos instantes estuviera contigo, mi mente se encontraba  distante, en otro sitio. En otro lugar. Una extraña sensación me invadió, no podía captar ni hacer caso a las caricias y  estímulos que de recibía, algo era diferente.

Sentía cómo tu respiración iba cambiando, cómo tus manos se apoderaban de mi cuerpo, cómo intentabas despojarme de la ropa. En ese momento sentí la enorme necesidad de respirar. Después de ese desenfreno, cerré los ojos y con un brusco  movimiento te aparté de mí.

La sensación era realmente extraña. Por un lado, tú queriendo seducirme y yo, por otro, tan fría como un iceberg.

Intimidada por tu mirada te dije que no confundieras las cosas, que no necesitábamos recordar nada de lo que había pasado antes. Al menos yo no lo necesitaba.

Te quedaste sin habla y mirándome como nunca lo habías hecho. Me preguntaste mil veces el porqué. Sin decir más, tomé mis cosas y salí de la habitación. No tardaste mucho en darme alcance y pidiéndome te esperara; querías llevarme a mi casa. No dije nada y seguí caminando rumbo a las escaleras.

Me sujetaste del brazo e intentaste besarme, pero no dejé que sucediera. Te detuve y me marche. Te quedaste allí parado... y con la mirada, acompañaste mis pasos.

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